Autor: Clara Hernández
Lo que sí que es cierto, es que la creatividad, más que buscarse fuera de cada persona, debe buscarse por dentro.
El lado creativo del ser humano ha estado presente desde el momento que necesitamos como especie contar relatos. En la creación de los mitos relacionados con el cielo, la tierra, los animales, el fuego… el ser humano ha ido formando su lado creador a lo largo de los siglos. Tarde o temprano ese lado creador comenzó a tener un significado más práctico que místico, y de la representación de animales con pinturas rupestres en cuevas, a los relatos sobre la naturaleza viviente o dioses alrededor del fuego, se pasó a la fabricación de bienes materiales que fueran prácticos y útiles para la población del momento.
Esta capacidad, es probablemente, la que nos diferencia en más medida de los animales. Un pájaro puede crear un nido siguiendo su propia lógica para procurar que sus polluelos tengan la mayor seguridad y comodidad posible. Una araña puede crear una tela muy enrevesada que le ayude a capturar a sus víctimas. O un pavo real puede desplegar sus plumas coloridas y únicas para tratar de seducir a una hembra de su especie. Todas estas actividades no dejan de tener un componente creador e incluso creativo, pero se limitan a servir una única razón: sobrevivir.
Las personas, a diferencia, si hemos acabado creando enormes civilizaciones llenas de anuncios publicitarios o programas de entretenimiento no ha sido solo por sobrevivir, pues nos habríamos quedado en antiguas civilizaciones más sencillas. Nuestra capacidad creativa requiere y exige otra cosa: avanzar y progresar. Leonardo Da Vinci es un claro ejemplo de ello, con su sencilla necesidad de retarse a sí mismo y dotar a la sociedad del momento de herramientas que facilitaran la vida o consiguieran lo imposible hasta ese momento; como surcar los cielos en un paracaídas o volar (aunque este sueño se quedara en intentos)
En palabras de Manuel Ángel Vázquez-Medel, catedrático de la Universidad de Sevilla e investigador en el campo de la Literatura y la Comunicación para su artículo Creatividad y Mindfulness (2014): “Nunca había suscitado tanto interés la creatividad como en el siglo XXI. Algo similar podríamos afirmar de las diferentes prácticas de meditación”. Y añade: “Si la creatividad ha sido necesaria siempre y en todos los ámbitos de la existencia, nunca lo es tanto como en los tiempos de incertidumbre y de encrucijadas”.
Lo mismo podríamos decir de la meditación. Como se explica en el artículo ¿Meditar en tiempos de pandemia? del blog de Intimind, la meditación en tiempos complicados y cargados de incertidumbre y ansiedad como los que vivimos este año, se hace más necesaria que nunca.
Normalmente uno de los mayores enemigos de la creatividad es nuestra propia mente, esa que nos juzga por hacer una línea con un lápiz un poco torcida o cuando nos plantamos delante de un lienzo. Aparecen entonces esas voces malignas que bloquean el proceso creativo y que dicen cosas como: no eres capaz de crear nada, no eres una persona creativa. La meditación o la práctica de la atención plena puede ser una muy buena amiga en este sentido.
En el momento en el que comenzamos a meditar comenzamos también un proceso de reeducación con nuestra mente. Pasamos de escucharla y creernos parte de ella, a convertirnos en sujetos que observan, y que, sin juzgar, dejan marchar esos pensamientos. La creatividad implica una necesidad de expresión, pero exige también cierta libertad mental. Por ello, cuanto más nos decidamos a desatarnos de esos juicios y bloqueos mentales que niegan nuestras capacidades creativas, más potenciaremos la creatividad.
A nivel neurológico, la meditación tiene beneficios comprobados en la creatividad. Al practicar mindfulness o atención plena nuestro cerebro potencia su actividad en los lóbulos prefrontales, aquellos implicados en la atención, la motivación o las emociones, entre otras. Pero no solo afecta a esta parte del cerebro. Como asegura el investigador Vázquez-Medel en su estudio, se produce también “un mayor equilibrio en los impulsos emocionales de la amígdala y el hipocampo. El resultado es una mente más clara, más equilibrada, serena, ecuánime, menos vulnerable a sentimientos y pulsiones, más abierta y, por ello, más creativa”.
Además, y tal y como puedes leer en el artículo del blog Mindfulness y el proceso creativo, la creatividad requiere del «equilibrio entre las redes de improvisación y el control», necesidades que con la práctica de la atención plena el cerebro logra equilibrar.
Autor: Clara Hernández