Autora: Imma Juan
Twitter: @intimind
El terrorismo global extiende el horror y sus efectos más allá de los lugares concretos donde se produce un atentado. Ese es, de hecho, su objetivo: sembrar pánico y miedo.
Las personas que lo sufren directamente y que sobreviven tienen una alta probabilidad de desarrollar un trastorno de estrés postraumático. No obstante, prácticamente todos estamos expuestos al trauma, al impacto de ese suceso a través de los medios de comunicación y las redes sociales.
Estos días se debate sobre si las imágenes del atentado en Barcelona se debían o no publicar, si hay límites a lo que se transmite, si mostrar esa parte de la realidad que muestran las fotos y los vídeos es una violación de la intimidad de las víctimas o debe prevalecer el derecho a la información.
Pero, ¿te has preguntado alguna vez cómo impactan en ti las imágenes que contienen violencia explícita y real? ¿Deberíamos verlas para ser más conscientes del mundo en el que vivimos? ¿Durante cuanto tiempo? ¿Cuál sería la dosis aconsejable antes de anestesiar nuestra capacidad de empatía, de respuesta, de reflexión…?
Podemos entrar en un debate similar al del azúcar: ¿Es un veneno? Tal vez, como dicen muchos nutricionistas a propósito de la comida, más que catalogar las imágenes en buenas o malas, antes de prohibirlas o promocionarlas, su bondad o maldad vendrá marcada no por su naturaleza, sino por el uso que hacemos de ellas. Y en este uso hay dos partes.
Está la responsabilidad del que emite y decide qué imágenes publica, con qué finalidad (imagínate que cada persona responsable de compartir una información se hace estas dos sencillas preguntas antes de lanzarlas al espacio cibernético o televisivo). Luego está la persona que recibe y que tiene la responsabilidad de filtrar la información, valorarla, distinguir…
Volvamos a la cuestión de cómo me afecta el torrente de información, imágenes, datos y opiniones a las que me someto cuando sigo durante horas un suceso que me preocupa. Qué efecto tiene sobre mi salud y bienestar y qué consecuencias tiene en mi concepción del mundo.
Según Gretchen Schmelzer, psicóloga especializada en trauma, las imágenes tienen un enorme poder en nuestros pensamientos. Incluso cuando no has visto algo y te lo cuentan, en tu mente elaboras una película de los hechos. Tu cerebro crea un recuerdo y le pone imágenes. Si además ves repetidamente escenas de un suceso violento tu memoria lo absorbe como un trauma. Por supuesto, en distinta medida a cómo lo sufren las personas que lo han vivido de forma directa.
Cuando nos dejamos bombardear por horas y horas de televisión, donde se reproducen las mismas declaraciones y escenas violentas nuestro cuerpo libera adrenalina y cortisol, la hormona del estrés.
Nos preparamos biológicamente para responder ante una amenaza y da igual si es real o si la estamos viendo a través de una pantalla. Sufrimos lo que se denomina trauma vicario que es la capacidad que tiene nuestro cerebro de experimentar la misma angustia que tendríamos de haber estado en ese sitio en aquel momento. Ahora lo que importa es activar todas las alertas y entrar en estado de máxima vigilancia.
El trauma hace que deseemos previsibilidad. En lugar de la mejor respuesta, es probable que escojamos lo que nos resulta conocido y familiar. “Más vale malo conocido que bueno por conocer” ¿Cómo es posible que lo malo sea preferible a lo bueno sólo porque nos exime de abrirnos a la novedad?
Otra consecuencia de la exposición a un acontecimiento traumático es que el miedo se entroniza en la mente, se apodera del cuerpo y dirige, casi siempre de forma inconsciente, nuestros pensamientos y actos.
En resumen, nos volvemos tensos, desconfiados y miedosos.
Puede que identifiques la meditación con pasividad. Pero practicar en quietud durante un tiempo no equivale en absoluto a inacción.
Meditar es una práctica para observar lo que ocurre en tu mente y en tu cuerpo. Observarlo con técnicas que nos permiten ver cada vez con más claridad. Sin juzgar en ese momento, para que la mirada sea lo más ecuánime posible. Cultivando poco a poco, desde la amabilidad hacia ti mismo, el valor de acercarse a lo que muchas veces no queremos ver, sentir o reconocer.
Susan Piver, autora de best-sellers del NY Times, y maestra budista afirma postula que es el dolor, la rabia y la insensibilidad lo que en realidad están en la raíz de tragedias como el terrorismo. Ella propone contactar con ese dolor humano de forma experiencial a través de la meditación, convencida de que ese es un trabajo que transforma nuestra manera de actuar. Conectar con la rabia, incluso con la miseria, permite construir una respuesta desde el conocimiento de esa emoción. Es muy distinto de la respuesta que está dirigida y dominada por una emoción de forma prácticamente inconsciente.
Ahora te dejo una práctica de Piver para momentos en que alguna tragedia te desborda y te hace sentir impotente. Recuerda que no se trata No se trata de no actuar. DEBEMOS actuar. Pero antes, debemos reconocer y sentir.
Esta es una práctica generativa porque sirve para cultivar la compasión (comprensión del sufrimiento y deseo de aliviarlo). Para entenderla mejor te recomiendo este artículo de Natalia Martín. No se trata de lanzar deseos y tener esperanza de que se cumplan sino de constatar que podemos tener esos buenos deseos en medio del horror, en lugar de cultivar rencor, odio y ánimo de venganza (totalmente comprensibles y humanos).
Es una práctica que nos va abriendo más y más el corazón, comprobando cómo el miedo nos hace protegerlo y cerrarlo. Cuando te abres a tu propio sufrimiento puedes reconocer mejor el de los demás. Desde ahí estás mejor preparado para ayudar.
En lugar de bloquearte o paralizarte por el miedo, lo transformas en combustible. Estar con el dolor te permite superarlo mientras que la pura indignación, muchas veces, en lugar de estimularnos, se queda sólo en eso.
Foto de Jeremiah Reyes en Unsplash
Autora: Imma Juan
Twitter: @intimind