Según Joseph Goldstein y Jack Kornfield, autores del libro: “Vipassana: el camino de la meditación interior”, la meditación obedece a un triple objetivo: abrir lo que está cerrado, equilibrar nuestra manera reactiva de comportarnos y explorar e investigar lo que permanece oculto. Abrirse, equilibrar y explorar constituyen, pues, los tres motivos fundamentales de la práctica.
Estoy escribiendo este artículo, sentada frente al ordenador, y me doy cuenta de que levanto el hombro izquierdo inconscientemente. No sé el rato que lo tenía así, en tensión, pero al notarlo, lo suelto y siento descanso. ¿Qué pasa si no me doy cuenta de este pequeño gesto? Seguramente acabaría con dolor de hombro sin saber por qué.
Cuando todo discurre en el terreno del pensamiento, el juicio y las fantasías, los sentidos quedan silenciados o amortiguados para nuestra consciencia. Ignorar y silenciar el cuerpo es también prescindir de los sentidos y de toda la información que aportan.
Una de las experiencias de mindfulness consiste en ser consciente de las impresiones sensoriales: del tacto, la vista, el gusto, el olfato…volverse íntimo con uno mismo, más receptivo y sensible a las sensaciones.
Esto es abrir lo que está cerrado. Abrir la mente a los sentidos. Pero también se empieza a abrir el cuerpo. Comienzas a experimentar la forma en que se acumulan las tensiones musculares. Tomas conciencia de ciertas molestias que permanecían ocultas a tu sensibilidad. Aprendes a distinguir las diferentes sensaciones dolorosas y, de esta forma, les otorgas también distinta importancia.
Aprendes a relacionarte con ellas, a abrirte y experimentar el presente.
Goldstein y Kornfield afirman que hay dos tipos de dolor: el que se deriva de la postura en la que estás meditando y el que es señal de peligro.
El primero claramente desaparece cuando cambias de posición o cuando finalizas y te levantas. Si, por el contrario, la molestia persiste al finalizar tu práctica significa que procede de una postura forzada o que tal vez tiene otro origen.
Sea como sea, observa ese dolor y lo que tu mente hace con él. Una reacción inicial puede ser resistirse para no sentirlo.
Podemos resistirnos por miedo. Si esto te ocurre, toma conciencia de ese temor. Obsérvalo y tranquilízate paulatinamente para poder abrirte plenamente a él.
A veces el miedo al dolor nos hace actuar antes de que este produzca. Es lo que Goldstein llama el síndrome del «por si acaso».
Otra forma de resistencia -quizás más sutil- que también sabotea tus esfuerzos es la indiferencia. Una mente apática, que no encuentra interés en lo que está haciendo, dificulta extraordinariamente la experiencia del presente.
Abrir lo que está cerrado consiste en reconocer las posibles formas de resistencia que aparecen en la práctica. Percibir el miedo, la apatía. Darte cuenta de que te están empujando a luchar o a escapar. Entonces te tranquilizas y sosiegas la mente para que se vuelva más receptiva y más flexible, más amable y más relajada. Así podrás ver con más claridad lo que ocurre.
Cuando te resistes a una sensación dolorosa, la ignoras o la temes, no tienes la posibilidad de comprender la naturaleza de ese dolor. Si te tranquilizas y te abres a ese dolor descubres que:
La apertura es indispensable para la práctica y el principal obstáculo es la resistencia a lo que no me gusta.
Una vida plena no consiste en una sucesión ininterrumpida de sensaciones agradables. Una vida plena se consigue cambiando la forma en que comprendes y afrontas los altibajos de la existencia.
Esta apertura a la experiencia constituye, a su vez, el fundamento del segundo aspecto de la práctica, equilibrar nuestras reacciones.
Goldstein y Kornfield comparan la mente con una balanza de precisión que se desequilibra cuando los juicios, los rechazos, y los apegos nos arrastran. Nos identificamos con todos ellos y reaccionamos con ellos. En mindfulness se cultiva una mente sin elección. La atención plena no establece preferencias en lo que observa y de este modo, sin juicio, permite una percepción más precisa de la realidad.
Esta percepción más precisa es la que nos permite hacer frente a los avatares de la vida, con resiliencia y aprendiendo de ellos.
Con la apertura de la que hemos hablado y una actitud de curiosidad, con esa mente de principiante, de experimentar “como si fuera la primera vez” (siempre lo es, siempre es distinto y único) permitiendo que todo forme parte de tu práctica.
Absolutamente todo lo que te presenta cada instante del presente al que vuelves una y otra vez.
De esta forma se equilibra la balanza de la mente. La práctica se torna sosegada, sin esfuerzo. Dejas de reaccionar. Te abres a cada momento sin lucha, sin rechazo.
Esto requiere tiempo y persistencia. Al principio, tu mente salta sin parar de un sitio a otro y por eso la anclamos a algún objeto como la respiración, las sensaciones, los sonidos, los pensamientos o las emociones. Pero poco a poco la atención se estabiliza.
Lo único que tienes que hacer es darte cuenta de lo que existe en cada momento sin que se produzca reacción alguna por parte de tu mente.
Este aspecto consiste en diferenciar la experiencia del concepto que tenemos de ella. Esto es algo realmente complejo. Nos explicamos el mundo y la vida constantemente, lo cual es necesario para transitar por ella. ¿Cómo desprenderme de la conceptualización que voy elaborando de cada vivencia que tengo?
Pongamos por caso que pienso: «me duele un hombro». Cuando estoy sentada media hora seguida empiezo a notar molestias en el hombro. Entonces, distingo entre la palabra “hombro” y la sensación, para acceder, sin conceptualizar, a lo que sea que esté sintiendo: un pinchazo, una tensión.
Distinguir entre los conceptos y la realidad de la experiencia me da acceso a comprender la naturaleza pasajera de todas las cosas.
El concepto es estable. Siempre tiene el mismo nombre. Pero la experiencia se transforma a cada instante, no hay nada sólido en ella, es un flujo continuo y cambiante. Una cosa es saber que todo es impermanente y otra muy distinta sentir esa impermanencia, comprenderla de forma profunda.
La inseguridad es una realidad y comprender esto es necesario para soltar todo aquello a lo que nos aferramos con la esperanza inútil de que no cambie nunca. El deseo de que las cosas no cambien nos aboca a la insatisfacción constante.
La consciencia de que nada es permanente revela una verdad: no hay nada a lo que aferrarse, ni siquiera tus pensamientos, ni siquiera eso a lo que llamas “yo”.
Como dice Pema Chödrön en su libro “Cuando todo se derrumba”:
Meditar es una indagación de la experiencia directa. Para ello abrimos lo que está cerrado, equlibramos lo reactivo y pasamos de lo conceptual a experimentar directamente la naturaleza y el proceso de sensaciones, pensamientos, y emociones.
Cuando hablamos de que mindfulness no es relajación, aunque tiene como consecuencia muchas veces que te relajas es por esto: porque permitir el flujo de la vida relaja.
¿Cómo se lleva a cabo todo este trabajo y como llega la meditación a dar estos frutos? Pues según Goldstein hace falta que el esfuerzo y la intención sean los correctos. A partir de ahí, aseguran, todo lo demás vendrá dado por añadidura.
El esfuerzo justo significa que hay que destinar cierta energía a la práctica: para enfocar correctamente nuestra mente, para dirigirla hacia la respiración, hacia la sensación de entrada y salida del aire a través de las fosas nasales o al movimiento de ascenso y de descenso del abdomen. Ese esfuerzo te lleva a establecer contacto directo con las sensaciones, a volverte sensibles a ellas y a ser capaz de observar cómo funcionan. Esta misma comprensión fortalece la concentración y la estabilidad.
Igualmente importante es la intención, la motivación para entrenar. Si te centras en que es una obligación, algo dentro de ti se rebelará y acabarás desistiendo. La atención plena no significa tensión, consiste en contactar con tu motivación más profunda para practicar.
¿Qué es lo que de verdad deseas en la vida?
¿Tú qué opinas? ¿Por qué motivo te interesa la meditación?